Esta misma salvación, centro
de la Buena Nueva, «es liberación de lo que oprime al
hombre, pero, sobre todo,
liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de
conocer a Dios y de ser
conocido por él, de verlo y de entregarse a él» (EN 9).
(Puebla, Conclusiones 354)
Sin embargo, tiene «lazos muy
fuertes» con la promoción humana en sus aspectos de
desarrollo y liberación,
parte integrante de la evangelización. Estos aspectos brotan de la riqueza
misma de la salvación, de la activación de la caridad de Dios en nosotros a la
que quedan subordinados. La Iglesia «no necesita, pues, recurrir a
sistemas e ideologías para amar, defender, colaborar en la liberación del
hombre: en el centro del mensaje del cual es depositaria y pregonera, ella
encuentra inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la
justicia, de la paz; contra las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones,
violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hombre
y cuanto atenta contra la vida» (Juan Pablo II, Discurso inaugural III 2).
CIC. 705 Desfigurado por el
pecado y por la muerte, el hombre continua siendo "a imagen de Dios",
a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3,
23), privado de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura
la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá "la
imagen" (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la
restaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar la
Gloria, el Espíritu "que da la Vida".
AG. 5. El Señor Jesús, ya desde el principio "llamó a sí a los que
El quiso, y designó a doce para que lo acompañaran y para enviarlos a
predicar" (Mc., 3,13; Cf. Mt., 10,1-42). De esta forma
los Apóstoles fueron los gérmenes del nuevo Israel y al mismo tiempo origen de
la sagrada Jerarquía. Después el Señor, una vez que hubo completado en sí mismo
con su muerte y resurrección los misterios de nuestra salvación y de la
renovación de todas las cosas, recibió todo poder en el cielo y en la tierra
(Cf. Mt., 28,18), antes de subir al cielo (Cf. Act.,
1,4-8), fundó su Iglesia como sacramento de salvación, y envió a los Apóstoles
a todo el mundo, como El había sido enviado por el Padre (Cf. Jn.,
20,21), ordenándoles: "Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: enseñándoles a observar
todo cuanto yo os he mandado" (Mt., 28,19s).
Romanos 5, 1. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;”
Efesios 2, 8-9. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”
2 Co. 7, 10. "En efecto, la tristeza que es según Dios produce firme arrepentimiento para salvación; mas la tristeza del mundo produce muerte."
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